martes, 25 de septiembre de 2012

El tesoro era la isla

Tener un hijo de cinco años es la perfecta excusa para acercarnos a esos espectáculos concebidos, aparentemente, para la infancia, pero que tienen la virtud de despertar ese niño dormido que todos llevamos dentro. Eso sucedió el pasado domingo cuando pude presenciar la versión teatral de un clásico adorado por todas la generaciones como es La isla del tesoro, inspirada en el texto de Robert Louis Stevenson. El escenario, el Teatro Arbolé de Zaragoza; la compañía, Cándido Producciones Teatrales. El resultado: sobresaliente.


La versión de Gianni Fraceschini posee, como dicen las notas del programa, "una dramaturgia limpia y sencilla", y además contamos con la poderosa presencia escénica de un único actor, Cándido de Castro, que se luce en un texto que pareciera concebido especialmente para él.


Pero por encima de todo tenemos la historia, el relato tantas veces leído o escuchado, sin que haya sufrido el menor desgaste. ¿Por qué surge siempre la magia? En mi opinión, debido a que es una de las primeras veces en que, siendo niños, se nos trata con respeto intelectual y se nos ofrece una versión del mundo que va más allá del socorrido maniqueísmo de buenos y malos que preside la mayoría de los productos de consumo cultural infantil.

La clave de la magia está en dos puntos: en la clara mirada de un niño, Jim Hawkins, para el que todo el mundo es una nueva aventura y, sobre todo, en la aparición de un personaje tan seductor como Long John Silver, un pirata "patapalo" que puede actuar con suprema crueldad, pero al tiempo dejarse enternecer por Jim, al que llega a prohijar en algún momento de la historia.

La versión teatral nos muestra que el auténtico tesoro del pirata no era el oro, sino la aventura de la vida: surcar los mares, arribar a islas desconocidas, cruzar las vidas con seres desconocidos... Un hilo poético, no exento de los oportunos contrastes del más crudo realismo, que en definitiva refleja lo que es la vida del hombre, ora rozando con los dedos la felicidad y la plenitud, ora siendo arrastrado a su particular infierno por fuerzas demiúrgicas e incontrolables.

Amigos, amigas, el barco de La isla del tesoro ya ha abandonado las costas de Zaragoza, pero seguro que su singladura le lleva a otros puertos de nuestro país. !No olvidéis visitarlo con vuestros hijos e hijas, porque la magia irrepetible del momento teatral sin duda volverá a producirse!

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