jueves, 10 de octubre de 2013

El legado de Brecht

Hace escasas fechas el dramaturgo aragonés Juan Antonio Hormigón, Secretario General de la Asociación de Directores de Escena de España (ADE), presentó, en el marco de la Fiesta del PCE, su libro El legado de Brecht. Se trata de un volumen recopilatorio de diversos artículos y trabajos que a lo largo de treinta años Hormigón ha dedicado a la obra del autor alemán.


Como indica la propia ADE en la ficha de publicación, "La situación del mundo actual otorga a la literatura dramática de Bertolt Brecht un lugar y presencia revitalizados. Sus temáticas resultan perceptibles, pertinentes, analogizables, y no es difícil descubrir hoy comportamientos y actitudes que encuentran su equivalencia en personajes de muchos de sus textos.


Además, la escritura brechtiana apunta a establecer mecanismos para hallar una salida a la contradicción fundamental del capitalismo que se ha acentuado en los últimos años: la que opone al carácter social del trabajo el carácter privado de la apropiación.

'Es un privilegio de las artes el poder participar en la formación de la conciencia de una nación' escribía en 1955. La afirmación conlleva ante todo responsabilidades para las artes, y las escénicas en particular. ¿Qué teatro debemos hacer para construir dicha conciencia?

Juan Antonio Hormigón reúne en este volumen un conjunto de ensayos y artículos sobre la figura, la obra, el trabajo escénico y el pensamiento del gran creador alemán. 'Hay un legado de Brecht perceptible y otro subterráneo', señala. Estas páginas suponen una inteligente y documentada incitación a su descubrimiento".

Con otras palabras, pero con similar intención se expresa Pablo Bujalance, jefe de cultura del diario Málaga Hoy (intervención recogida de su blog El diario de Próspero):

"Hormigón indaga en la noción transformadora de la Historia que Brecht imprimió al teatro desde una posición evidentemente materialista y traslada esa atalaya a un paisaje anegado por un capitalismo que no ha dudado en adueñarse de Europa del modo más cruel cuando le ha sido necesario: a costa de los propios europeos. Porque aquella primera incógnita se extiende más allá a través de otros interrogantes: ¿Es posible un teatro político ahora que la escisión entre política y persona ha llegado a su absoluto? ¿Qué cabría esperar hoy de un teatro que asumiera al espectador como agente modificador de la realidad y que imprimiera, frente a la apatía generalizada, la conciencia real de una nación?

En los ensayos que componen este volumen, Hormigón se hace cargo de este reto en términos de responsabilidad. Su respuesta no puede ser otra que la afirmación: un teatro político capaz de influir según su primigenio cariz de ciudadanía es posible hoy como lo ha sido siempre. Pero para ello es necesario que el propio teatro y quienes lo hacen vuelvan a descubrir esta capacidad y actúen en consecuencia. La utopía brechtiana confiere a la escena un papel decisivo en la dialéctica materialista, pero su asunción exige hoy una redefinición de la misma. Por eso Hormigón ofrece un diagnóstico a la vez que insiste en la responsabilidad de una dramática comprometida al respecto: más allá de lo que la crisis económica devora y vomita cada día, la contradicción fundamental del capitalismo en el siglo XXI es la que opone al carácter social del trabajo el carácter privado de la apropiación. Si para Brecht un teatro capaz de intervenir debe ir precedido de un teatro pedagógico, que asuma las distancias necesarias para ofrecer al espectador una lectura eficaz y alumbradora de la Historia, toda determinación en la actualidad debería fijar como primer paso el mismo procedimiento: una escena que demuestre la evidencia de esta contradicción contra los intereses al uso que promueven su invisibilidad".

Además de dramaturgo, Brecht fue un excelente poeta y con uno de sus textos más conocidos y celebrados podemos despedir esta entrada.

A los hombres futuros

1

Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es porque no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos estos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
¿lo encontrarán sus amigos cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida.
Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
De lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado (si mi suerte acabara, estaría
perdido.)
Me dicen. "¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!"
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia,
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

2

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé con los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía.
Así transcurrió el tiempo
Que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

3

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia.

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