La magnífica noticia, tan esperada, por fin se ha producido. Esteban Peralta y sus tres compañeros del Tribunal Penal Internacional (TPI) han sido liberados por parte de las ¿autoridades? libias y devueltos a La Haya, donde se han podido reunir con sus familias.
Detrás han quedado casi un mes de cautiverio y la humillación que supone que el TPI tenga que pedir disculpas ante un régimen como el de Trípoli. Lo más importante es la liberación de nuestro amigo, pero la pérdida de credibilidad del Tribunal de La Haya y el riesgo de que cosas como esta sucedan en el futuro son "daños colaterales" de extrema gravedad.
Las cosas en Libia van mal, como no podía ser de otra manera. La intervención de las llamadas potencias occidentales en el conflicto libio, además de una masacre de civiles, ha supuesto la desestabilización de un país dividido en facciones armadas de futuro imprevisible. El escenario seguro que interesa a los países amigos de los nuevos gobernantes, en cuanto están en juego suculentos intereses petrolíferos, aunque a costa de un nuevo desprestigio de la acción internacional cada vez más alejada de los mínimos requisitos de un derecho o una justicia aceptable por la comunidad de naciones.
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