jueves, 27 de septiembre de 2012

El grito del pueblo

En estos días tan convulsos resulta de lo más recomendable incluir en nuestro programa de lecturas un comic político de tanta altura como El grito del pueblo, firmado por el dibujante Tardi y el escritor Vautrin. Allí se nos presentan los avatares de aquella breve experiencia de libertad y justicia social conocida como la Comuna de París, liquidada por las armas en 1871.


Tras la ignominiosa derrota de las tropas imperiales frente a los prusianos, el pueblo de París decidió tomar el destino en sus manos, prescindir de tiranos y dictar unas leyes al servicio de los de abajo. Automáticamente los burgueses y militares franceses llegaron a un acuerdo con su -hasta entonces- archienemigo Bismark para, juntos, vencedores y vencidos, acabar con una experiencia revolucionaria que podía suponer la espoleta de demolición de los regímenes que ambos sostenían.

Los cañones y los fusiles se volvieron contra el pueblo, bajo las órdenes de personajes como Thiers y MacMahon, y la experiencia comunera acabó envuelta en un baño de sangre. Cuando Marx se ocupó de la Comuna de París y de su derrota, como nos recuerda Paco Fernández Buey, insistió en la idea de vincular la conquista de la democracia y el comunismo con la consolidación del poder de la clase obrera.


Esta evocación histórica puede resultarnos de utilidad en unos momentos en que la Asociación de Militares Españoles amenaza con llevar ante los tribunales castrenses a quienes aboguen por la independencia de Cataluña o en que la policía se infiltra en las movilizaciones sociales del 25-S y los detenidos en las manifestaciones son llevados ante la Audiencia Nacional. Conviene, pues, no caer en ingenuismos.

La espontaneidad de las movilizaciones convocadas, la ausencia de liderazgos, el alejamiento de los partidos y sindicatos de la izquierda, puede tener sus aspectos positivos, como la frescura de las reivindicaciones o la horizontalidad en la toma de decisiones. Pero cuando tus enemigos son la Troika o los sectores ultra de los aparatos represivos, conviene fortalecer la organización de los sectores populares, evitar caer en provocaciones y trampas, alejarse de los radicalismos estériles y propiciar alianzas de izquierda de amplio recorrido.

No se trata, con toda seguridad, en volver a pensar en el partido de vanguardia que lidere a la clase obrera, pero tampoco sirve confiar en que solo las buenas intenciones harán avanzar de forma real una alternativa de ruptura con el capitalismo depredador de nuestros días. La política es, hoy, más necesaria que nunca, por supuesto la política con mayúsculas y con aliento transformador.

martes, 25 de septiembre de 2012

El tesoro era la isla

Tener un hijo de cinco años es la perfecta excusa para acercarnos a esos espectáculos concebidos, aparentemente, para la infancia, pero que tienen la virtud de despertar ese niño dormido que todos llevamos dentro. Eso sucedió el pasado domingo cuando pude presenciar la versión teatral de un clásico adorado por todas la generaciones como es La isla del tesoro, inspirada en el texto de Robert Louis Stevenson. El escenario, el Teatro Arbolé de Zaragoza; la compañía, Cándido Producciones Teatrales. El resultado: sobresaliente.


La versión de Gianni Fraceschini posee, como dicen las notas del programa, "una dramaturgia limpia y sencilla", y además contamos con la poderosa presencia escénica de un único actor, Cándido de Castro, que se luce en un texto que pareciera concebido especialmente para él.


Pero por encima de todo tenemos la historia, el relato tantas veces leído o escuchado, sin que haya sufrido el menor desgaste. ¿Por qué surge siempre la magia? En mi opinión, debido a que es una de las primeras veces en que, siendo niños, se nos trata con respeto intelectual y se nos ofrece una versión del mundo que va más allá del socorrido maniqueísmo de buenos y malos que preside la mayoría de los productos de consumo cultural infantil.

La clave de la magia está en dos puntos: en la clara mirada de un niño, Jim Hawkins, para el que todo el mundo es una nueva aventura y, sobre todo, en la aparición de un personaje tan seductor como Long John Silver, un pirata "patapalo" que puede actuar con suprema crueldad, pero al tiempo dejarse enternecer por Jim, al que llega a prohijar en algún momento de la historia.

La versión teatral nos muestra que el auténtico tesoro del pirata no era el oro, sino la aventura de la vida: surcar los mares, arribar a islas desconocidas, cruzar las vidas con seres desconocidos... Un hilo poético, no exento de los oportunos contrastes del más crudo realismo, que en definitiva refleja lo que es la vida del hombre, ora rozando con los dedos la felicidad y la plenitud, ora siendo arrastrado a su particular infierno por fuerzas demiúrgicas e incontrolables.

Amigos, amigas, el barco de La isla del tesoro ya ha abandonado las costas de Zaragoza, pero seguro que su singladura le lleva a otros puertos de nuestro país. !No olvidéis visitarlo con vuestros hijos e hijas, porque la magia irrepetible del momento teatral sin duda volverá a producirse!

viernes, 21 de septiembre de 2012

Cataluña y la política de la claridad

Parto de una premisa: soy ferviente partidario de la constitución de una España federal que permita acoger en su seno la realidad plurinacional existente y, por tanto, contrario a la independencia, sea de Cataluña o del País Vasco. Pero la realidad de las cosas es que, cuando un pueblo desea ser preguntado sobre su futuro, en democracia hay que dar cauce a esa voluntad. Y tras la Diada del 11 de septiembre, "es lo que toca". Para ello es muy útil acudir a la conocida como "política de la claridad", alumbrada para el caso quebequés.


Traigo a colación el libro La política de la claridad. Discursos y escritos sobre la unidad canadiense, de Stéphane Dion, ex Ministro de Relaciones Intergubernamentales del Canadá, publicado en colaboración por Alianza Editorial y la Fundación Manuel Giménez Abad, que aborda las condiciones en que los quebequeses se han pronunciado en referéndum en dos ocasiones sobre su voluntad o no de segregarse de la federación canadiense (hasta ahora, los pronunciamientos no han sido favorables a los independentistas).

El autor del prólogo, Alberto López Basaguren, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco, nos sitúa ante lo esencial del asunto: el Tribunal Supremo canadiense, en 1998, estableció lo que se ha considerado en Canadá el parámetro de las exigencias democráticas en relación con las pretensiones secesionistas. Allí se precisa que un Estado democrático no puede permanecer indiferente ante la voluntad secesionista de un territorio si esta voluntad ha sido manifestada democráticamente, de forma clara, en respuesta a una pregunta clara, sin ambigüedades, y por una amplia mayoría (majorité élargie).

En ese caso, aunque el resultado del referéndum carezca de efectos jurídicos, debe admitirse que tiene un considerable peso político, del que nace una obligación recíproca de todas las partes para negociar las modificaciones constitucionales que permitan responder a la voluntad así expresada. ¡Qué ejercicio tan irreprochable de respeto al principio democrático por parte de las autoridades políticas y judiciales del Canadá! ¡Qué lejos de nuestra política tarada, empecinada tan solo en dar garrotazos al adversario sin ofrecer ningún cauce democrático de resolución de conflictos!

Y quien piense que esto solo es válido en latitudes tan lejanas como Canadá, que piense en la cercanía del referéndum para el caso de Escocia, avalado por el Gobierno británico del tan conservador señor Cameron.

Por último, comparto sustancialmente lo dicho en las páginas de "La Vanguardia" por parte de Francesc de Carreras, también Catedrático de Derecho Constitucional, en este caso de la Universidad Autónoma de Barcelona. Aquí os dejo un enlace a su interesante artículo. ¿Un referéndum?, por Francesc de Carreras

P.D. Más recientemente se ha sumado a la tesis pro referéndum alguien tan significativo como Francisco Rubio Llorente, ex Vicepresidente del Tribunal Constitucional y ex Presidente del Consejo de Estado.  http://elpais.com/elpais/2012/10/03/opinion/1349256731_659435.html

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carrillo, entre la resistencia y el tacticismo

El hombre es una nube de la que el sueño es viento.
Luis Cernuda

Manuel Vázquez Montalbán dejó dicho en las páginas de Pasionaria y los siete enanitos que Santiago Carrillo era un excelente político, pero un pésimo secretario general de un partido que exige una "emulsión tan sutil" como el PCE. La noticia de la muerte de Carrillo nos produce a algunos esa sensación ambivalente, paradójica, que describía el creador de Pepe Carvalho.


En la foto vemos sonrientes a Carrillo, Marchais y Berlinguer en la puesta en escena de aquello que se llamó "eurocomunismo", que tuvo algo de moda y como tal de fogonazo efímero. (En segunda fila vemos sonreír también a nuestro añorado Vicente Cazcarra, que fuera el primer Secretario General del PCA tras la clandestinidad.)

Hoy, Carrillo es alabado por muchos como artífice de la transición y glosada su responsabilidad ante un momento histórico tan delicado. También se ha destacado de forma justa su gallardía en momentos tan difíciles como el golpe militar del 23 de febrero.

Pero se tiende a omitir lo más relevante, en mi opinión, de su figura: aquel joven dirigente de las JSU que ayudó a organizar la resistencia de Madrid frente a la sublevación militar de Franco y ese dirigente comunista que al lado, primero, de Dolores Ibárruri y, a partir de 1960, como Secretario General del PCE, contribuyó a organizar la resistencia antifranquista del que fue conocido simplemente como "el partido". Son casi cuarenta años de lucha en los que el exilio, la cárcel y la muerte eran el destino de muchos de quienes supieron ser fieles a los valores republicanos y soñaron con una España democrática y socialista.

Su papel en la transición ha sido y será fuertemente discutido y discutible. Hasta dónde era lógico ceder en aras de la reconciliación nacional y ante la correlación de fuerzas existente, y hasta dónde se liquidó un patrimonio histórico de lucha que nunca más se pudo recuperar. La ecuación sin duda era difícil de resolver entonces y no se puede liquidar hoy de un plumazo en un ejercicio de política-ficción de carácter retroactivo.

La etapa más oscura y gris de Carrillo, no obstante, para mí, es la posterior al fracaso electoral de PCE de 1982 y su salida de la dirección del Partido. Aquí se pudo ver al Carrillo de los giros tacticistas por antonomasia. Cuando se dio cuenta de que no controlaba a un Gerardo Iglesias que planteaba ideas propias (como la "política de convergencia" que terminó por alumbrar la creación de Izquierda Unida), Carrillo decidió que, si no controlaba el juguete, lo rompería. Su salida del PCE a través de la llamada Mesa por la Unidad de los Comunistas y la creación posterior del Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista se realizó dando vivas a Lenin y a la Revolución rusa, para acabar dando con los huesos de la mayoría de sus militantes pocos años después en el PSOE.

Carrillo se empleó, y fue utilizado, como un ariente contra el PCE de IU, hasta unos últimos años en que las cosas se fueron apaciguando y las relaciones de cordial frialdad pudieron restablecerse. Mucho daño se había hecho hasta entonces, el PCE sufrió una importante sangría de militantes y también se rompieron muchos lazos en CC.OO. Personalmente, recuerdo unos años de durísima confrontación interna en el PCE contra los denominados "carrillistas" que nos acusaban a los que entonces éramos denominados como "renovadores" de ser prácticamente liquidacionistas. ¡Qué ironía por parte de quienes al poco tiempo corrían a engrosar las filas de ese partido atrapalotodo y sistémico llamado PSOE!

Una última anécdota personal. Años después, mi mujer y yo tuvimos ocasión de conocer en profundidad a ese otro pedazo de historia y de luchadora comunista que era Lise Ricol London, también recientemente fallecida. Ella era una amiga y defensora acérrima de Santiago Carrillo y cuando nosotros le exponíamos los argumentos acerca de la discrepancia política que habíamos mantenido, se enfadaba mucho y nos decía que Carrillo era el principal y más valioso dirigente comunista español. Y seguramente Lise tenía razón... Al menos durante un importante período de tiempo, que hoy nos empieza a aparecer tan lejano, aunque después una parte de ese capital político acumulado se disipara de forma tan acelerada.

Prefiero terminar este recuerdo con el militante decidido en la guerra, con el organizador del gran partido de la resistencia antifascista y con aquel que firmaba mi primer carné del PCE del que tan orgulloso hoy todavía me siento.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cristina Yáñez, una predilección

Si el año pasado celebrábamos el nombramiento de Emilio Lacambra como hijo predilecto de Zaragoza, hoy nos llevamos una alegría igual de grande con la concesión de ese galardón a Cristina Yáñez, actriz y directora del Teatro de la Estación. Su concesión por parte del Ayuntamiento de Zaragoza, a propuesta de IU, hace justicia a su infatigable trayectoria como dramaturga al servicio de la cultura con mayúsculas, esa que ayuda a pensar y estimula nuestro sentido crítico.


Inolvidables son para mí las puestas en escena de esas divertidas comedias de Rafa Campos, que tenían un regusto amargo y no sabíamos al final si llorar o reír. En mi memoria, Cristina Yáñez será siempre la inolvidable protagonista de "¡Ay, Carmela!", de Sanchís Sinisterra, luciendo ese garbo y la fuerza que exigía el papel.

A pesar de su juventud, el currículum de Cristina Yáñez es simplemente impresionante: "Actriz, directora de escena y pedagoga teatral. Directora del Teatro de la Estación y de su compañía residente Tranvía Teatro de los que es cofundadora. Miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Directores de Escena (ADE) y de la Red de Teatros Alternativos de España. Profesora de Dirección, Ajuste e Interpretación de Doblaje. Fue profesora de Interpretación de la Escuela de Teatro de Zaragoza. Graduada en esta escuela estudió además en Madrid, Paris y Grenoble y amplió estudios de interpretación, danza, dirección escénica y marketing de espectáculos con Emilia Baylo, Mercedes Gota, Guillermo Heras, Jaume Melendres, Sanchís Sinisterra, Helena Pimenta, Juan Antonio Hormigón, Lluis Masgrau, Becky Siegel o Merce Cunningham entre otros. Ha trabajado con casi todas las compañías aragonesas y con el Centro Dramático de Aragón, con La Fundición de Sevilla, el Teatro Español de Madrid o el Centro Dramático Nacional. Ha sido ayudante de dirección de Fernando Fernán Gómez. Sigue dirigiendo con su propia compañía y con otros autores clásicos y contemporáneos, actividad por la cual ha sido premiada en varias ocasiones. Ha trabajado en cine y en Tv. Está en los inicios de la enseñanza teatral en Zaragoza, fundó los talleres del Teatro de la Estación, hoy convertidos en escuela. Lleva 16 años dedicada a la pedagogía teatral."



Como dice una nota del propio Teatro de la Estación, "sus méritos son haber entregado a la ciudad su esfuerzo (y de muchos compañeros y compañeras) para tener un teatro independiente contemporáneo de reconocimiento español y europeo, con un proyecto social pensado para los habitantes de la ciudad y sus barrios y con un gran compromiso que se manifiesta en proyectos ciudadanos como su Plan pedagógico y el Ciclo A Escena!, el Programa de Iniciación al Teatro para estudiantes y entidades sociales que ha cumplido 16 años, la programación constante de autores nuevos, teatro independiente y propuestas innovadoras, y su vinculación a la ciudad que lo acoge".

Añade la nota que "el premio llega en el 25 aniversario de su compañía residente, Tranvía Teatro, también dirigida por Cristina Yáñez y el aniversario nº 17 del Teatro de las Estación, a punto de abrir el teatro ampliado y reformado y en plena crisis del IVA que tanto daño hace a la cultura y a sus usuarios y profesionales".

Lo que es seguro es que Cristina y todos sus colaboradores y colaboradoras desearán celebrar este premio con más teatro, para lo que es imprescindible que quienes nos situamos enfrente del escenario sigamos siendo cómplices de sus esfuerzos para aprisionar fragmentos de vida y servirlos en las copas doradas de sus comedias y dramas.

viernes, 14 de septiembre de 2012

El Viejo Topo número 296

Para mí que la noticia más relevante publicada en el número de septiembre de nuestro Viejo Topo es en realidad un anuncio, una inserción publicitaria. En la página 2 aparece el aviso de la puesta en marcha de contrabandos.org, portal de Internet que agrupa los esfuerzos de una docena de editoriales independientes, con vocación de transformación social, que en tiempos tan difíciles apuestan por la cooperación. Enhorabuena por su decisión a las editoriales Montesinos, El Viejo Topo, Libros en Acción, Txalaparta, Need, La Oveja Roja, Octaedro, Icaria, Gedisa, Laertes, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, y Bellaterra. Y que cunda el ejemplo.


Por lo demás, la revista trae dos interesantes críticas de libros. Una, a cargo de Miguel León, sobre el ensayo de Juan Manuel Aragüés (ya comentado en este blog), De la vanguardia al cyborg, en la que se ponderan la profundidad y originalidad de su enfoque. También merece nuestra atención la crítica de Alberto García-Teresa sobre el volumen titulado El socialismo puede llegar solo en bicicleta, ejercicio de síntesis del pensamiento político-ecológico de Jorge Riechmann, con un extenso prólogo del llorado Paco Fernández Buey (s.t.t.l.).

De particular interés considero asimismo la entrevista que Salvador López Arnal realiza a Mario Amorós, bajo el título "No podemos permitir que la muerte de Neruda permanezca envuelta en el misterio". Se da aquí noticia del último libro de Mario, Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda, que puede adquirirse en formato electrónico (www.edicionesb.cl).



jueves, 13 de septiembre de 2012

Neoliberales contra la escuela pública

Los neoliberales (Wert, Serrat & cía) tienen en el punto de mira el desmantelamiento de la escuela pública laica, plural, integradora, y su conversión en algo subsidiario del mercado y la escuela privada. Sus propósitos se desvelan perfectamente en este artículo de Enrique Díez aparecido recientemente en El País y que os acompaño. El autor es profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de León y Coordinador del Área Federal de Educación de IU, y ha publicado obras como La globalización neoliberal y sus repercusiones en la educación o La Memoria Histórica en los libros de texto.


La contrarreforma neofranquista de Wert.

 Los recortes y reformas que está imponiendo el ministro Wert suponen una auténtica masacre de la educación pública y una vuelta al modelo escolar franquista, elitista y segregador. Darán al traste con los principales avances en la educación pública que se habían conseguido durante la democracia, como un incremento notable de la red de centros públicos y de profesorado, bajada de ratios de alumnado por aula, ampliación de la edad escolar obligatoria, escolarización casi total desde los 3 años y mayor acceso a estudios superiores de las capas populares.

Esta línea de conquistas viene siendo sistemáticamente atacada desde hace tiempo, en diferentes Comunidades Autónomas, especialmente por los gobiernos del PP, cuya ideología mercantilista y privatizadora (“menos Estado y más mercado”) quiere convertir la educación en un negocio, poniendo gran parte de los nuevos centros educativos en manos de la enseñanza privada concertada, mayoritariamente católica. Este proceso de privatización, que pretende convertir la escuela pública en subsidiaria de la privada, se ha acentuado de forma exponencial en los últimos años. Y más ahora que, con el pretexto de la crisis, se está aplicando todo un programa sistemático de recortes sociales y de estrangulamiento económico de lo público.

Los recortes aplicados suponen no sólo la pérdida de 100.000 plazas de profesorado para el próximo curso, sino que conllevan además la eliminación progresiva de la educación de 0 a 3 años como etapa educativa, la práctica desaparición de la formación permanente del profesorado, la precarización de la función docente (mas horario lectivo, menos retribuciones, sustitución de bajas sólo a partir del décimo día) y la masificación de las aulas (brutal aumento del 20% de la ratio alumnado-aula), que tendrán una grave repercusión en la calidad educativa.

Estos tijeretazos se suman a los que ya han hecho las propias CCAA en años precedentes, reduciendo plantillas, salarios, gastos de funcionamiento de centros, tutorías, desdobles y apoyos, materias optativas, programas de apoyo y refuerzo, módulos de formación profesional, servicios de orientación o biblioteca, ayudas para adquisición de libros de texto, de comedor y actividades complementarias. Con estas medidas, el incremento del fracaso escolar está asegurado.

Y todo ello a la vez que se han extendido los conciertos educativos, incluso en etapas no obligatorias. No sólo se está subvencionando a familias que optan por centros privados de élite, sino que la financiación pública a la educación privada ha crecido un 30% entre 2005 y 2010, en plena época de crisis y recortes a la educación pública, según los recientes datos del INE.

A todo esto hay que sumar el salvaje recorte en Educación Superior y en I+D+i, a la par que la feroz subida de tasas universitarias, el aumento de horas lectivas del profesorado universitario, convirtiendo la docencia en una especie de “castigo” para los no investigadores y expulsando al profesorado asociado por miles.
Este proceso de privatización, segregación y desmantelamiento de la educación pública se busca justificar ideológicamente con la enésima reforma educativa, que ha anunciado el ministro Wert, eufemísticamente denominada 'Ley Orgánica de Mejora de la Calidad de la Educación'. Esta auténtica contrarreforma educativa no sólo da pasos en sentido contrario a los criterios pedagógicos actuales y a las evidencias científicas vigentes en el campo de la educación, sino que avanza exactamente en sentido contrario, recuperando las reválidas superadas del franquismo, atacando frontalmente la equidad social y segregando al alumnado desde los 12 o 13 años. Sus ejes básicos giran en torno a seis principios fundamentales.

El primero, convertir la educación en una carrera constante de obstáculos y superación de pruebas y reválidas al final de cada etapa. Apuesta por un modelo de enseñanza basado en la presión del examen, frente a un modelo educativo más centrado en las necesidades y motivaciones del alumnado. Es lo que el PP entiende por “cultura del esfuerzo” y “carrera meritocrática”. En vez de buscar estrategias y formas de motivar y entusiasmar al alumnado por el conocimiento y el aprendizaje, se concibe la educación como un camino de penitencia y sufrimiento, trufado de pruebas y exámenes continuos, que convierte la educación en un auténtico viacrucis recuperando el espíritu franquista de la “letra con sangre entra”, en el que las condiciones culturales y socioeconómicas familiares van a ser determinantes del éxito escolar.

El segundo eje sobre el que pivota esta contrarreforma es reducir el número de asignaturas y centrar la carga lectiva en unos contenidos mínimos, que es lo que se viene llamando en la terminología neoconservadora “volver a lo básico”. Dedicar así la educación obligatoria a preparar mano de obra barata, dotada con meros conocimientos instrumentales básicos para acceder a un futuro mercado laboral precario y en constante rotación. Lo que Berlusconi resumió con el lema de las tres “ies”: “Inglese, Internet, Impresa” (traducido en España, este último, por “espíritu emprendedor”). Sólo quienes logren superar todas las reválidas que se pretenden imponer podrán acceder a una formación más completa y cualificada, dirigida a cubrir empleos técnicos intermedios o a puestos directivos quienes puedan pagarse las nuevas tasas de los máster universitarios.

El tercer principio es segregar, seleccionar y clasificar cuanto antes al alumnado mediante “itinerarios”. Itinerarios que son una restauración de la LOCE de Aznar y que no conducen a reducir el abandono y el fracaso escolar, sino a eliminar progresivamente la igualdad de oportunidades y la formación común durante la etapa obligatoria. Se deriva cuanto antes a la población escolar con mayores dificultades hacia la FP, convirtiéndola de nuevo en una vía de segunda categoría, destinada a quienes no logren acceder a Bachillerato. Los programas de cualificación profesional, una vía para aquel alumnado con mayores dificultades de aprendizaje y que sólo se tiende a utilizar en último extremo, después de haber agotado todas las medidas de atención a la diversidad, se adelantan a partir de 2º de la ESO, es decir, con menos de 15 años. Además se empuja a estos programas al alumnado que tenga “situación socioeconómica desfavorable”, equiparando así pobreza y poca capacidad para el estudio, poniendo al mismo nivel ambas realidades, la de tener dificultades en los estudios con vivir en una familia con bajos ingresos económicos.

El cuarto elemento de esta nueva reforma educativa busca someter los centros educativos a las exigencias del mercado, especialmente a la competitividad, estableciendo pruebas externas a nivel nacional, para ofrecer una clasificación de colegios según sus resultados. Con el fin de que los “clientes” puedan comparar y elegir aquél que más ventajas competitivas les aporte a sus hijos e hijas en el futuro mercado laboral. En este mercado competitivo las escuelas se hacen más selectivas, tendiendo a rechazar al alumnado que presenta mayores dificultades y que pueda hacer descender posición en el ranking de centros.

El quinto elemento de esta contrarreforma es la instauración, en coherencia con este modelo de competencia, del ‘pago por resultados’, propio del mundo empresarial, en el ámbito educativo. Se trata de aplicar refuerzos e incentivos a los centros, no ya en función de las necesidades de su alumnado, sino de acuerdo con el puesto en el ranking. Ya se está aplicando en algunas Comunidades Autónomas, condicionando la financiación pública a los resultados obtenidos, mediante los contratos-programa u otras fórmulas similares.

Finalmente, se complementan la resurrección de estas viejas recetas franquistas con el sexto eje, la denominada “Nueva Gestión”. Es decir, gestionar los centros públicos según las recetas de la empresa privada, mediante una mayor autonomía financiera que requiera de fuentes de financiación privadas ante la insuficiencia de la financiación pública. Financiación externa de patrocinadores que imponen sus logotipos y exigencias, introduciendo los intereses privados y mercantiles en la educación pública. A ello se añade la especialización de los centros para ofrecer una oferta competitiva y “diferenciada” a la clientela; así como la “profesionalización” de la dirección escolar como gerentes, expertos en gestión empresarial y de recursos humanos, que gestionarán los centros educativos públicos de forma “eficiente” y con rentabilidad económica.

Por eso es más urgente que nunca que la comunidad educativa aúne esfuerzos y comparta iniciativas contra estas políticas educativas del PP, que suponen el ataque más grave a la educación pública desde la transición, que nos retrotrae al modelo de escuela franquista y que, con la excusa de la crisis, pretende convertir la educación pública en una red subsidiaria y asistencial, mientras potencia e impulsa el negocio creciente de enseñanza privada concertada en nuestro país. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto.

Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor de la Universidad de León y Coordinador Federal del Área de Educación de Izquierda Unida

lunes, 10 de septiembre de 2012

Paco Fernández Buey, in memoriam

Quienes hemos disfrutado de sus escritos y admirado su compromiso, lamentamos la muerte de Francisco Fernández Buey, en exceso temprana y a la que se ha añadido la pena de "agosticidad", lo que ha contribuido a una cierta clandestinidad del acontecimiento fuera del círculo más cercano.


En una entrada reciente de este blog ponderaba su aportación al estudio de Gramsci y en el momento actual tengo entre mis manos su ejemplar Marx (sin ismos), biografía intelectual del gigante de Tréveris. Su continuo activismo político y social, abierto a la reformulación de la utopía sobre los materiales que aportan los nuevos conocimientos, alejado de cualquier rigidez y dogmatismo, quedan para un análisis más detenido. Son muchos y muchas en el PSUC primero y en Izquierda Unida después, y en toda la izquierda anticapitalista en general, quienes estamos en profunda deuda con él.

Acompaño esta breve nota, con las palabras de despedida de su "jefe" académico, Josep Joan Moreso, Rector de la Universidad Pompeu Fabra, aludiendo al "optimismo de la voluntad":

El profesor Francisco Fernández Buey, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universitat Pompeu Fabra, explicaba que ni Neus Porta, su mujer hasta su muerte hace poco más de un año, ni él habían tenido que visitar al médico hasta hace pocos años, cuando detectaron la enfermedad [cáncer] a Neus y, poco después, a él. Vivió esta etapa con la entereza que le caracterizaba para todas las cosas de la vida, haciendo planes, hablando de filosofía y de política con su hijo Eloi y con los amigos. El sábado Francisco Fernández Buey murió en Barcelona.

Su trayectoria durante los últimos 50 años constituye la mejor representación de la evolución de la Universidad española. Nacido en 1943 en Palencia, estudió Filosofía en Barcelona. De estudiante, con profesores como José María Valverde, Emilio Lledó o su querido maestro, Manuel Sacristán, ya tomó conciencia de la tremenda injusticia en que vivía instalada la vida pública en la España de los sesenta y fue uno de los estudiantes más relevantes de la oposición al franquismo. Fue uno de los líderes estudiantiles de la Capuchinada en 1966, cuando un nutrido grupo de universitarios, acompañados de prestigiosos profesores, intelectuales y periodistas, se reunió en el convento de los Capuchinos de Sarrià (Barcelona) para constituir clandestinamente el Sindicato Democrático de Estudiantes. Los que lo recuerdan de entonces ya hablan de su capacidad de razonar y de persuadir: hablaba siempre pausadamente, siempre sensible a las razones, conjurando más el acuerdo que el conflicto.

Por su actividad militante antifranquista fue expulsado de la UB y tuvo que sobrevivir de traducciones, voces para enciclopedias varias y todo tipo de contribuciones intelectuales a la lucha política contra la dictadura. Fue miembro, hasta 1978, del PSUC, donde fue compañero y amigo de tantas personas que después han ocupado lugares relevantes en la sociedad catalana. Está por escribir esta contribución del PSUC durante aquellos años. Después regresó a la Facultad de Económicas de la UB con Manuel Sacristán, pasó un tiempo en la Universidad de Valladolid, obtuvo la cátedra en la Universidad de Barcelona y a comienzos de los noventa fue llamado a la recién creada Universitat Pompeu Fabra por su rector, Enric Argullol, uno de los compañeros del PSUC, delegado de los estudiantes de Derecho en la Capuchinada. Durante casi 20 años estuvo impartiendo clases de Filosofía de la Ciencia, de Filosofía Moral, de Filosofía Política y de tantas cosas en la Facultad de Humanidades. Los estudiantes no le llamaban, como le llamábamos sus colegas, Paco, sino El Buey, una evocación involuntaria a un gran filósofo histórico, aunque lejano a las preocupaciones de Fernández Buey, igualmente convencido de la fuerza de las razones.

Cerca intelectual y personalmente de Manuel Sacristán, su formación fue, a la vez, una sólida formación en la filosofía de la ciencia y en la tradición marxista. Una forma muy sugerente de aunar la razón teórica con la razón práctica en una especie de razón comprometida. Por eso desde sus primeros escritos muestra una gran capacidad de combinar la atención a los pensadores mayores, en especial a los teóricos de la tradición marxista, con predilección hacia Antonio Gramsci, un autor que le acompañó desde el principio hasta el final y con el que todos tendíamos a identificarle, con la atención hacia los cambios que se producen en la sociedad, los movimientos sociales, de hecho dirigía una Cátedra Unesco en la UPF sobre los movimientos sociales. Por esta razón, se comprometió con el pacifismo, con el feminismo o con el ecologismo. Por ello, sus libros van desde Einstein y la epistemología hasta nuestra lucha contra la barbarie y la defensa de las utopías, entre Campanella y Gramsci.

En las relaciones personales, era de una enorme afabilidad, que hacía sentirse bien a los que le rodeaban. Transmitía el afecto de un modo entrañable. Era uno de los profesores más queridos en nuestra Universidad. Sin embargo, su voz crítica nunca dejaba de oírse en todos los foros. Con claridad y rotundidad, de un modo insobornable. De hecho, tenía una alergia natural a los cargos y a las funciones burocráticas. A comienzos de la década pasada fue nombrado, a propuesta del grupo parlamentario de IU, miembro del Consejo de Universidades; pero esas largas y plúmbeas sesiones en Madrid le aburrían y no asistía casi nunca, solo cuando se lo pedíamos para que defendiera alguna causa que consideraba merecedora de ser defendida.

En estos momentos en los que oímos a menudo a tantas personas vilipendiar la Universidad pública, su trayectoria muestra cómo pueden entrelazarse de la manera más conveniente la dedicación a la docencia con la dedicación a la investigación, la capacidad de los universitarios para tener una presencia pública que mejore nuestra sociedad, que alimente nuestra democracia procurando la calidad perdurable de nuestra deliberación. Su confianza en la fuerza de la razón era inagotable, tal vez porque, como su querido Gramsci, sumaba al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad.

J. J. Moreso es catedrático de Filosofía del Derecho y rector de la Universitat Pompeu Fabra.