Seguramente es pronto para saberlo con precisión, porque se han pronunciado muchas palabras, pero se han acompañado todavía de pocos hechos. No obstante, lo que suceda en el interior de la Iglesia Católica nos interesa incluso a quienes militamos en el ateísmo materialista, porque con esa institución viajan millones de seres humanos, muchos de los cuales -sobre todo en países como España, de honda tradición católica- son imprescindibles para acometer un proyecto de transformación social.
Los sectores de la Teología de la Liberación, de las comunidades cristianas populares, han acogido con mucho interés, incluso con un tímido entusiasmo, los primeros gestos del papado de Francisco. Su reunión con Gustavo Gutiérrez ha servido para sacar del congelador las relaciones del Vaticano con los sacerdotes y obispos duramente perseguidos hasta ahora por su opción preferencial por los pobres y su compromiso político.
No hay más que ver la reacción del Cardenal Cipriani, del Opus Dei, para saber que ese encuentro no les ha llenado de satisfacción. Como tampoco la entrevista concedida por el Papa a La Civiltà Cattolica habrá sido plato de gusto para los movimientos neocatecumenales.
Afirmaciones insólitas en un Papa como "jamás he sido de derechas"; "no es posible una injerencia espiritual en la vida personal" (en relación a la homosexualidad); "no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. (...) No es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar"; "los dicasterios romanos (...) corren peligro de convertirse en organismos de censura"; "en los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino"; "no hay que dar preferencia a los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos"; "si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio"; "no se puede hablar de la pobreza si no se la experimenta", etcétera, desde luego dejan descolocados a organismos tan ultramontanos como la Conferencia Episcopal española.
Hasta dónde llegue esta riada está por ver. Tal vez todo acabe en un arroyo seco o quizá pueda desencadenar un tsunami. Lo cierto es que hoy los sectores avanzados de la Iglesia Católica respiran más aliviados, quizá dejen de ser perseguidos internamente y ello les permita ir más a la ofensiva, recuperar espacios arrebatados y, en suma, ser determinantes en los proyectos de transformación social, tan necesarios en ese Sur del que surgió la Teología de la Liberación, como en este Norte, azotado por la peste del neoliberalismo.
Les deseo lo mejor a mis amigos católicos, a los que participan en las acciones de Stop Desahucios, a los que luchan por los derechos de los trabajadores, a los que militan en el movimiento sindical o quienes participan en las organizaciones políticas de izquierdas. Con ellos, hasta la muerte (y ni un paso más).
Os acompaño un texto revelador de un "apestado" por la Iglesia oficial como es Leonardo Boff.
«Como San Francisco, Bergoglio
reconstruye la Iglesia»
Leonardo Boff
Entrevista con el ex-franciscano
Leonardo Boff, una de las voces de la teología de la liberación
latinoamericana, sobre el viaje brasileño de Papa Francisco
ANDREA TORNIELLI
RIO DE JANEIRO
«Tres semanas antes de la
elección de Bergoglio escribí en Twitter: “el futuro Papa será
Francisco,
porque como hizo el Santo de Asís, sirve quien reconstruya a la Iglesia
que ha
perdido su credibilidad...”». Leonardo Boff ya no lleva el hábito; desde
las
diferencias con Roma que nacieron con sus posturas teológicas dejó la
orden
franciscana y se casó. Pero la barba, blanquísima, sigue siendo la misma
de
cuando era fraile. El teólogo de la liberación a quien Joseph Ratzinger
no
logró “suavizar” habla con “La Stampa” sobre el viaje brasileño del
primer Papa
latinoamericano de la historia.
¿Le sorprendió cómo recibió a
Francisco la multitud de Río de Janeiro?
No, es un entusiasmo que se debe
a su sencillez, a que vino sin un gran aparato de seguridad, a que
recorrió las
calles de la ciudad en un coche sencillo y con las ventanillas siempre
abiertas, a que se dejaba alcanzar y tocar por la gente, a que se
detenía a
besar a los niños. Se ve que es un pastor, un obispo que está en medio
de su
pueblo. No es un monarca.
Francisco quiso comenzar su
viaje con una visita al Santuario de Aparecida. ¿Por qué?
Porque aquí, en 2007, los obispos
latinoamericanos publicaron un documento que vuelve a dar espacio a los
pobres
y afirma que ciertos métodos para evangelizar son viejos y deben ser
cambiados.
Se necesitan pastores que tengan el olor de las ovejas, más que el
perfume de
las flores de los altares.
Francisco demuestra que tiene
una gran devoción mariana y una enorme atención por la piedad popular.
No
parecen aspectos tan cercanos a la sensibilidad progresista...
Por el contrario, lo son; son
muy cercanos a la teología de la liberación. En Argentina esta se
desarrolló particularmente como teología del pueblo, y la sacaba
adelante el
jesuita Juan Carlos Scannone, que fue maestro de Bergoglio. El Papa
no
está alejado de esta teología. No es una devoción popular
“pietística”,
sino una devoción que conserva la identidad del pueblo y se compromete
por la
justicia social.
El Papa, a menudo, habla de
los pobres y en el hospital de Río volvió a decir que ir hacia los
pobres significaba
tocar «la carne de Cristo». ¿Qué significa?
El pobre es el verdadero
representante de Cristo; en cierto sentido el pobre es el verdadero
“Papa”, y Cristo sigue crucificado en el cuerpo de los condenados de
la
tierra. Cristo está crucificado en los crucificados de la historia.
¿Qué cambia en la Iglesia con
la llegada de Papa Francisco?
Creo que cambiará mucho. Francisco no
está
reformando solo la Curia, está reformando el Papado. Insistir
en que es obispo de Roma, haber dejado el palacio para vivir en la
residencia
de Santa Marta, significa ir hacia el mundo. El Papa explica que
prefiere una
Iglesia accidentada pero que salga a la calle, más que una Iglesia
asfixiada y
encerrada en el templo. Ahora se siente que la Iglesia es una hoguera de
esperanza y no una fortaleza asediada, siempre en polémica con la
modernidad o
una aduana que vigila y regula la fe en lugar de facilitarla.
Hay algunos que dicen que está
desacralizando el papado...
No, no lo está desacralizando, lo
presenta en su verdadera dimensión evangélica. Es el sucesor de
Pedro y
Pedro era un simple pescador. Hay que combatir la “papolatría” que hemos
visto
en las últimas décadas. Los cardenales no son los príncipes de la
Iglesia, sino
siervos del pueblo de Dios. Los obispos deben participar en la vida de
la
gente. Y el Papa no se siente un monarca. Incluso frente a la presidenta
de
Brasil, dijo: «Vengo aquí como obispo de Roma», es decir como aquel
que
preside la Iglesia en la caridad y no en el derecho canónico.
¿Qué provocará en Brasil y en
América Latina un Papa latinoamericano?
Creo que Francisco se da cuenta
de que el poder debe escuchar a los pobres, debe escuchar a los jóvenes
que
protestan por las calles. Su insistencia sobre la justicia social puede
ayudar
a las democracias latinoamericanas y favorecer una mayor participación.
La
nuestra, en Brasil, es una democracia de baja intensidad: el Papa llama a
los políticos
a ser verdaderos siervos del pueblo.
¿Se ha arrepentido por haber
dejado el hábito Franciscano?
No,
porque dejé el hábito
pero conservé el espíritu y me sigo sintiendo franciscano: trabajo por
la
salvaguardia de la creación y para que en esta nuestra tierra nos
sintamos
todos hermanos y hermanas.