Capital se está convirtiendo en uno de los grandes éxitos editoriales de la temporada en nuestro país, de la mano de la Editorial Anagrama, beneficiándose tanto de una inteligente campaña de marketing como de un destacado efecto boca a oreja. La pregunta, entonces, era si su lectura iba a estar a la altura de las enormes expectativas despertadas. Y la respuesta, en mi caso, es... depende.
Resulta innegable el atractivo de la propuesta: por sus páginas desfilan, como en un fresco, los distintos personajes que pueden caracterizar la vida londinense de los días previos al estallido de la crisis económica mundial de 2008. Las escenas son breves (aunque la novela sea larga), el ritmo no decae en exceso, tenemos un whodunit que vertebra las diferentes estampas y añade algo de intriga a la narración...
Sin embargo, algo no termina de funcionar. El autor explícitamente indica que ha querido huir de la moralina de algunos de los principales autores del siglo XIX (la crítica ha vinculado esta novela a escritores como Dickens o Trollope); en palabras del propio Lanchester, su intención ha sido limitarse a describir una determinada sociedad, dejando cualquier juicio en manos del lector.
Tal vez esta propuesta (fragmentaria, relativista y acrítica) sea coherente con los tiempos posmodernos que nos tocan vivir. Ahora bien, como señalaría acertadamente Juan Manuel Aragüés, hay que distinguir entre propuestas posmodernistas sistémicas y aquellas otras que son de oposición. Lanchester no se sitúa en ninguna barricada que permita cuestionar el sistema establecido, más allá de alguna consideración estética menor.
Su sentido del humor, su ironía, hacen tabla rasa con todo y con todos. Nada es defendible, nada es exaltable, toda conducta o bien conduce al absurdo o bien a la supervivencia. Ninguna lección es posible. Tal vez ello guste a una parte de crítica y público en estos tiempos de pensamiento débil. No obstante, creo que 600 páginas hubieran dado para algo más que para distanciamiento de los personajes, suficiencia y superioridad moral, junto con el desinterés en proponer una vía de escape a un sistema que tritura seres humanos con refinada perfección.
Capital es un buen título: evoca la condición de urbe metropolitana de Londres y recuerda que en esa ciudad escribió Karl Marx su obra más destacada. Sucede que tal vez esperábamos algo más de los cientos de páginas presentadas bajo su advocación.
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