Ante la inminente visita de Isaac Rosa a la Librería Cálamo, de Zaragoza, os acompaño una entrevista suya publicada en el blog La Otra Mirada de Cálamo.
«Lo fundamental era alcanzar una escritura que hiciese sentir a oscuras al lector». Entrevista a Isaac Rosa, autor de La habitación oscura
Isaac Rosa (Sevilla, 1974) es un narrador que construye con su prosa
obras que van más allá de lo puramente estético, lo puramente narrativo.
Hay detrás una reflexión y una invitación a la reflexión. Quien haya
leído El vano ayer (Seix Barral, 2004) o su última novela, La
habitación oscura, sabrá de qué hablamos. Si en la primera el
autor experimentaba con la ficción histórica, en La habitación oscura los
hechos se entrecruzan con la realidad más radicalmente actual –crisis,
explosión tecnológica, alienación– y vuelven del todo imposible para el
lector salir de la novela ileso. Como anticipo de su visita el próximo jueves
17 de Octubre en Cálamo, conversamos con Isaac Rosa sobre su último
libro.
Isaac Rosa. |
Comencemos por los aspectos estéticos de La habitación oscura.
Una de las cosas que suelen decirse de El corazón de las tinieblas,
de Conrad, es que su traducción es difícil porque el inglés tiene
muchas más palabras para matizar los distintos tipos de iluminación y
oscuridad, y Conrad prácticamente agota el idioma en ese sentido. ¿Fue
un desafío para ti escribir esta novela donde la mayor parte de la
acción –descrita siempre con enorme precisión– tiene lugar a oscuras?
Isaac Rosa: Sí, fue un desafío, y todavía me parece milagroso que
haya conseguido salir vivo de la habitación oscura. Lo fácil era
perderse en ella, enredarse en la potencia literaria de la oscuridad, y
yo mismo tropecé varias veces mientras escribía, deambulé a ciegas por
ella y tardé en encontrar la voz desde donde contarla y el ritmo que
buscaba. Lo fundamental era alcanzar una escritura que hiciese sentir a
oscuras al lector, ya que éste entra en la habitación desde la primera
página, y no sale hasta la última. La mayor parte de las decisiones
formales en la novela apuntaban en la misma dirección: reproducir un
discurso “a oscuras”, trasladar a la página el tipo de pensamiento que
uno tiene cuando pasa mucho tiempo a oscuras y en silencio: un
pensamiento embarullado, irresistible, desbocado, confuso, a veces
acelerado, otras muy lento hasta congelar el tiempo, que no respeta
cronologías, que avanza y retrocede. Y lleno de imágenes, porque por
paradójico que parezca, la oscuridad está siempre llena de imágenes, que
incluso se ven con más claridad que cuando la luz nos deslumbra. Es
cierto que el lenguaje era otro desafío: evitar la repetición de
palabras pero sobre todo de figuras literarias, prolongar la sensación
de oscuridad durante decenas de páginas sin ser redundante.
La habitación oscura que da título a la novela es un refugio de
escape de la realidad para algunos personajes, y un punto de partida, de
toma de consciencia y de lucha para otros. ¿Crees que en el acto de
escribir, de hacer literatura, se presentan estas dos opciones: escapar o
criticar? ¿Hay por tu parte, en el momento de crear La habitación
oscura, algún tipo de decisión consciente en este sentido?
I.R.: La habitación de esta novela, que es en primer lugar un
espacio físico, es también un lugar simbólico, y con fuerte carga
metafórica. Representa un refugio, pero no solo eso: su oscuridad es una
forma de no ver ni ser visto en un mundo de hipervisibilidad; y es
además una posibilidad de salir del mundo entrando en ella, las
categorías dentro-fuera se intercambian. Comparar la habitación oscura
con la propia literatura no entraba en mis cálculos, pero reconozco que
mi capacidad de elaborar metáforas se ha visto desbordada por esta
habitación oscura, que no deja de sumar nuevas interpretaciones según
entran los lectores. Dicho esto, comparto que existen esas dos opciones
al escribir: escapar o criticar. Pero las fronteras entre ambas opciones
no son claras ni impermeables.
La habitación oscura. Seix Barral, 2013. |
Los personajes de la novela conforman un mosaico del que puede
decirse con facilidad que “describe a una generación”. Sin embargo, el
alcance de las historias y los quince años que abarca la novela amplían
ese espectro. ¿Crees que sea posible que, como a Cortázar con Rayuela,
hayas pensado en los problemas de una generación y hayas descrito
también los de la siguiente? ¿La de los que ahora comienzan su vida
laboral, su independencia?
I.R.: Lo de “novela generacional” siempre es algo conflictivo. Yo
no tenía intención inicial de escribir algo así, y si lo hago no es con
intención sociológica, sino personal, y esa clave generacional tiene
una obvia explicación biográfica: desde el momento en que hablo de “mi
crisis”, la forma en que percibo el tiempo que vivimos, lo hago desde
una sensibilidad, un pasado y unas expectativas que son comunes a buena
parte de quienes como yo nacieron en los setenta, quienes hoy llegamos a
la edad adulta en medio de este derrumbe generalizado. Y sí, acabo
llegando a un relato generacional, aunque no escrito para una generación
determinada, sino desde ella. No sé si ese retrato es válido para
quienes vienen después. Pienso que los nacidos en los ochenta, o no
digamos ya los noventa, están en mejores condiciones que nosotros para
enfrentar el presente, aunque a menudo nos parezca lo contrario. Ellos
tienen (o deberían tener) menos miedo que nosotros, pues tienen menos
que perder, no temen perder unos derechos, un bienestar y unas promesas
que apenas han disfrutado o que ya habían desaparecido cuando ellos
llegaron. Eso debería hacerlos más audaces que nosotros.
«Todavía me parece milagroso que haya conseguido salir vivo de la habitación oscura. Lo fácil era perderse en ella, enredarse en la potencia literaria de la oscuridad.»
Por último. Contra la idea de la oscuridad, del aislamiento total,
ubicuas en la novela, se contrasta otra idea igualmente presente: la del
panóptico, la de la observación total y constante de la intimidad a
través de las nuevas tecnologías. ¿Hay un punto medio de comodidad, de
conciliación, entre estos extremos? ¿Crees que es posible encontrar la
convivencia de la intimidad y la explosión tecnológica?
I.R.: Esa es otra de las interpretaciones de la novela, lo
comentaba antes: la oscuridad de la habitación frente a la
hipervisibilidad en que vivimos, este tiempo en que somos observados y a
la vez observadores sin descanso, siempre estamos viendo y siendo
vistos. Como muchos, yo siento una creciente “fatiga de visibilidad”, me
agota estar sometido a continuos estímulos visuales, tener que ver el
mundo en tiempo real y a todas horas desde todas las pantallas. Y a la
vez estar permanentemente a la vista, expuesto, desde la perversión del
panóptico, donde tal como lo formuló Bentham, lo importante no es tanto
que te vean, como que puedan hacerlo; no tanto que te observen, como que
tú pienses que puedes ser observado. Es ya un lugar común remitirnos a
Orwell y su 1984, pero así es: uno abre hoy su novela anticipatoria y se
encuentra enseguida con la ‘telescreen’ que Orwell sitúa en todas las
casas, que funciona a la vez como televisor y como cámara de
videovigilancia permanente. No puedo dejar de pensar que tengo una
perfecta ‘telescreen’ sobre mi mesa de trabajo, o ahora también en el
bolsillo con los dispositivos móviles. No sé si es posible ya una
convivencia entre intimidad y tecnología, la invasión de la segunda
sobre la primera es apabullante, y como se dice en algún momento de la
novela, la intimidad es ya un lujo, una forma de poder adquisitivo, al
alcance de quienes pueden permitírselo. Por otro lado, tampoco parece
importarnos demasiado, teniendo en cuenta las facilidades que nosotros
mismos damos, y la normalidad con que aceptamos las revelaciones de
Snowden sobre el espionaje generalizado, o la indiferencia que nos
provoca algo de lo que hablo en mi novela: la extensión de las
tecnologías de vigilancia al ámbito de las empresas, para controlar a
los trabajadores.
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