miércoles, 1 de agosto de 2012

Gramsci y la verdad política

 Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad
Antonio Gramsci

Un espíritu cultivado no dejaría de sorprenderse por el escaso eco suscitado en nuestro país por la reciente conmemoración del centenario del nacimiento del pensador y activista político italiano Antonio Gramsci. Si el sardo fue en los años 70 y 80 de la pasada centuria uno de los más evocados en el lenguaje político de la izquierda, en particular la comunista, hoy parece navegar en el olvido.


Tan solo la incansable y rigurosa labor de intelectuales como Francisco Fernández Buey o Rafael Díaz Salazar, han mantenido viva la llama de su pensamiento hasta nuestros días. Alguien podría plantearse que su eclipsamiento pueda deberse a la pérdida de vigencia de sus ideas, pero más bien debemos contemplarlo como un efecto más de la derrota ideológica, política y cultural, de la izquierda en las últimas décadas de hegemonía del neoliberalismo.

"Hegemonía", concepto básico para acercarnos a la obra compleja y dispersa de Gramsci (tengamos en cuenta que en buena medida fue escrita desde las cárceles del fascismo, en duras condiciones físicas y psicológicas). El que fuera Secretario General del Partido Comunista de Italia tiene siempre presente la cuestión de la revolución en el contexto de los países occidentales y desde la óptica de la derrota, para lo cual no servía la mera copia del original de la Revolución Rusa. A su parecer, la cuestión de teoría política más importante es la de la "guerra de posiciones", verdaderamente crucial porque "cuando se gana la 'guerra de posiciones' se decide definitivamente". Y para ganar la "guerra de posiciones" se precisa "una concentración inaudita de la hegemonía", siendo conscientes de que su triunfo exigirá "enormes sacrificios a importantes masas de la población".

En definitiva, el triunfo de la revolución en un país del capitalismo desarrollado no provendría, en principio, de una única acción de vanguardia (la "guerra de movimiento" solo serviría para conquistar "posiciones no decisivas"), sino que dependería de la articulación de una mayoría social capaz de resistir una guerra de asedio, para lo cual es imprescindible ganar la batalla ideológica y generar una nueva hegemonía.

Alguna lectura de todo ello podríamos extraer para la lucha de nuestros días contra el capitalismo globalizado: si no somos capaces de generar un nuevo "sentido común" favorable a la transformación social, las luchas inconexas no bastarán para dar a luz un mundo nuevo, y en todo ello tiene mucho que ver la lucha cultural cuyo escenario se sitúa hoy en buena medida en el ciberespacio. Internet seguro que entusiamaría a un Gramsci que entendió la importancia de los medios de comunicación de masas (de ahí su colaboración en L'Ordine Nuovo).

Y para los más jóvenes, para los más descreídos respecto de la política, un último mensaje gramsciano: "en la política de masas decir la verdad es una necesidad política". La verdad es revolucionaria.

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