jueves, 27 de septiembre de 2012

El grito del pueblo

En estos días tan convulsos resulta de lo más recomendable incluir en nuestro programa de lecturas un comic político de tanta altura como El grito del pueblo, firmado por el dibujante Tardi y el escritor Vautrin. Allí se nos presentan los avatares de aquella breve experiencia de libertad y justicia social conocida como la Comuna de París, liquidada por las armas en 1871.


Tras la ignominiosa derrota de las tropas imperiales frente a los prusianos, el pueblo de París decidió tomar el destino en sus manos, prescindir de tiranos y dictar unas leyes al servicio de los de abajo. Automáticamente los burgueses y militares franceses llegaron a un acuerdo con su -hasta entonces- archienemigo Bismark para, juntos, vencedores y vencidos, acabar con una experiencia revolucionaria que podía suponer la espoleta de demolición de los regímenes que ambos sostenían.

Los cañones y los fusiles se volvieron contra el pueblo, bajo las órdenes de personajes como Thiers y MacMahon, y la experiencia comunera acabó envuelta en un baño de sangre. Cuando Marx se ocupó de la Comuna de París y de su derrota, como nos recuerda Paco Fernández Buey, insistió en la idea de vincular la conquista de la democracia y el comunismo con la consolidación del poder de la clase obrera.


Esta evocación histórica puede resultarnos de utilidad en unos momentos en que la Asociación de Militares Españoles amenaza con llevar ante los tribunales castrenses a quienes aboguen por la independencia de Cataluña o en que la policía se infiltra en las movilizaciones sociales del 25-S y los detenidos en las manifestaciones son llevados ante la Audiencia Nacional. Conviene, pues, no caer en ingenuismos.

La espontaneidad de las movilizaciones convocadas, la ausencia de liderazgos, el alejamiento de los partidos y sindicatos de la izquierda, puede tener sus aspectos positivos, como la frescura de las reivindicaciones o la horizontalidad en la toma de decisiones. Pero cuando tus enemigos son la Troika o los sectores ultra de los aparatos represivos, conviene fortalecer la organización de los sectores populares, evitar caer en provocaciones y trampas, alejarse de los radicalismos estériles y propiciar alianzas de izquierda de amplio recorrido.

No se trata, con toda seguridad, en volver a pensar en el partido de vanguardia que lidere a la clase obrera, pero tampoco sirve confiar en que solo las buenas intenciones harán avanzar de forma real una alternativa de ruptura con el capitalismo depredador de nuestros días. La política es, hoy, más necesaria que nunca, por supuesto la política con mayúsculas y con aliento transformador.

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