viernes, 26 de octubre de 2012

A Brumario desde Fructidor

Hace unos meses era noticia que el conocido restaurador zaragozano, Emilio Lacambra, había dispuesto un servicio gratuito de comidas en su establecimiento para personas necesitadas. La verdad es que para quienes conocíamos a Emilio este hecho no nos sorprendía nada; no era sino continuidad con lo que había sido su trayectoria desde la edad más temprana. Por eso Emilio fue justamente reconocido como Hijo Predilecto de Zaragoza en 2011.


Su figura posee numerosos prismas desde los que ser observada, y todos ellos de interés. Ese Emilio que, con la ayuda del párroco de El Portillo, Manuel Liarte, brinda su "Casa" a quienes más la necesitan, es el mismo Emilio que protagoniza momentos memorables de la vida cultural y teatral de una ciudad provinciana bajo el franquismo. O el que cobija a luchadores antifranquistas, el que ayuda a organizar al Partido Comunista, el que es detenido por sus actividades clandestinas, el que apoya aventuras periodísticas como El Día o experiencias culturales como el Teatro de la Estación...

Tenemos la inmensa fortuna de que la memoria de ese tiempo y de esas personas no se marchitará. El excelente escritor Jorge Cortés Pellicer trató con una textura literaria sus recuerdos y vivencias, regalándonos su inclasificable e imprescindible libro El Brumario de Emilio (Mira Editores, 2009).


Tenemos la fortuna de poder seguir acudiendo a "Casa Emilio", aunque él ya esté jubilado, para disfrutar de mesa y mantel; de continuar escuchando de su viva voz los testimonios de varias décadas de la historia de nuestra ciudad, de Aragón y de España; de reconstruir las luchas -muchas veces anónimas- de quienes plantaron cara a la dictadura; de rememorar las alegrías -pocas- y las decepciones -las más- de la izquierda transformadora (el PCE, IU),... O simplemente dejarnos llevar por la lectura de las páginas de ese otoñal Brumario que hoy quiero evocar desde un ya agostado Fructidor:

Ojos vivos de observación tan calma como penetrante, cabeza de poderío, mentón de terco, fortaleza en el rostro: tras sus gafas de montura ligera repasa albaranes, dando la espalda al armario, una alacena donde se acumulan licores, cuadernos desgastados, horas de reservas, menús...

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