martes, 27 de marzo de 2012

El tren de cristal

Si alguien más cerca de los 50 que de los 40 años decide comenzar simultáneamente una carrera de editor y escritor, revela una faceta decisiva de su personalidad, llamémosla inquietud o apasionamiento por los nuevos desafíos. Más si cabe cuando el autor de la novela El tren de cristal es alguien como José María Pérez Collados con una vida profesional plenamente resuelta (Catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Girona). El riesgo y la pasión como antídoto de la rutina y el aburguesamiento.


Los hermanos Pérez Collados (Luis, María y Pepe) nos han regalado una editorial independiente, Nuevos Rumbos, cuajada de propuestas estimulantes. Además, Pepe nos ofrece su primera novela (publicada eso sí con gran pudor en otra editorial, la sevillana Renacimiento) advirtiéndonos que no se trata de un relato autobiográfico.


Esto es cierto aquí y en casi cualquier trama de ficción, si bien quienes conocemos al autor nos permitimos jugar con las identificaciones de hechos y circunstancias reales o, cuando menos, verídicos.
El tren de cristal es una novela de viajes, pero entendido el viaje principalmente como una introspección, una indagación sobre el sentido de nuestras vidas. Aparecen escenarios lejanos y hasta exóticos (París, Ciudad de México), mas el foco debe alumbrar los recovecos del alma atormentada del protagonista.
Confluyen en el relato diversos planos, aunque para mí el principal es la capacidad de ser fieles a nuestros sueños y a las personas que amamos. Contiene momentos hilarantes (las anécdotas de la vida universitaria), surrealistas (buñuelesca la situación del protagonista bloqueado en los más diversos aeropuertos), junto a un canto al amor (al amor erótico, o al amor materno y fraterno) que arrebata en los momentos finales de la narración.
En fin, una novela que nos invita al juego del viaje, parece que con el protagonista, pero al cabo la partida se disputa en nuestro más íntimo territorio.

1 comentario:

  1. Dado que nos conocemos desde hace muchos años no debería sorprenderme un comentario que viaja tan hondo. Te lo agradezco mucho, Jesús. Un abrazo, grande.
    Pepe

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