No son los tiempos que corren similares a los que
vivió Brecht en sus inicios como escritor y director de escena. No son
los años veinte y treinta del pasado siglo, en que las confrontaciones
de clase y el combate con los fascismos emergentes y dominantes
planearon como una pesadilla sin reposo en el acontecer de la humanidad.
Tampoco corresponde al periodo de guerra, la Segunda Mundial, tan agrio, cruento y sumido en la barbarie de todas las guerras. Ni es el posterior al conflicto bélico, en que los pueblos deseaban la paz, la justicia y la equidad, que tampoco llegó. Pero fue un tiempo en el que en Europa, el afán por reconstruir se unió a la esperanza de cambios sustantivos en las relaciones sociales. Otra guerra, ahora “fría” en su denominación político-publicitaria, vino a truncar anhelos, a desdibujar el sentido de combates y combatientes, a alterar el sentido de las palabras, etc.
Nada de esto se parece en puridad a lo que hoy padecemos, sobre todo en países que soñaron con un bienestar “caído del cielo”, basado en efímeros consumismos y vil mercadeo de lo necesario. Cancelado el embeleso de tanto aturdido afán, tanta inconsciencia, tanto frenesí de poseer lo superfluo y lo innecesario, tanta indisimulada presunción de nuevos ricos, el fracaso de un economicismo voraz y abyecto, en que las cosas y los actos se miden tan sólo por la rentabilidad contable que generan, ha derrumbado ante nuestros ojos atónitos toda la parafernalia de falsos relumbres de la ficción construida. Y la ficción ha caído sobre nosotros, las gentes del común que somos la inmensa mayoría.
Es una crisis del sistema que la lleva implícita en sus entrañas, pero que tan sólo padecen las gentes del común. En sus reductos protegidos, en sus cónclaves secretos, en sus reuniones sociales exclusivas que recuerdan las del film de Kozintsev y Trauberg "La nueva Babilonia", los sectores dominantes, los que se consideran a sí mismos los dueños del mundo, siguen con su jarana enloquecida, con su obsesiva ambición de poseer. Exprimieron a las gentes en los años quiméricos de un mundo color de rosa, enrolándolos en operaciones crediticias con intereses que hipotecaban sus vidas; se dedicaron a sus malabarismos financieros y finalmente se desmoronó el tingladillo, pero ellos siguen aumentando sus beneficios en mayor medida y sus víctimas pagan sus estropicios. Ganan siempre, y los gobiernos parecen entregados a la tarea de protegerlos para que nada cambie, como fieles capataces de sus directrices.
El viejo capitalismo que había limitado su saña explotadora con la aceptación de políticas sociales redistribuidoras en la educación, la sanidad, la cultura, el desarrollo científico, el diálogo con los sindicatos para establecer convenios en los diferentes segmentos de la producción, así como medidas de solidaridad con los desfavorecidos, ha tirado la careta y regresado a los orígenes. Se ha rebautizado eufemísticamente como “neo-liberalismo” para desdoro de los liberales de raíz y convicción. Y en aras de sus principios fanáticos y obcecados hasta el límite, intenta imponer una terapia social de choque para destruir los fundamentos del Estado social, los logros conseguidos a lo largo del último siglo, el concepto de lo público en la economía, la educación, la sanidad, la cultura, la ciencia, etc. Su intención es privatizarlo todo y que disfrute de lo necesario aquel que se lo pueda pagar.
En este mundo que ahora padecemos, ¿no tiene la literatura dramática escrita por Brecht lugar y presencia revitalizados? ¿No son sus temáticas perceptibles, pertinentes, analogizables? Pienso, por ejemplo, en "La panadería" (Der Brottladen): Un grupo de parados representan una obra en un patio entre casas. Combaten por conseguir un panecillo, el dueño de la panadería se lo niega, no tienen dinero. Hay incluso una muerte. La obra es áspera, directa, carente de cualquier sentimentalismo gratuito. Intenta mostrar las causas de que eso suceda. Quizá dudemos de que alguien pelee ahora por un pedazo de pan, aunque hay ya muchas personas que viven de la beneficencia, pero sobre todo: ¿qué imágenes y escenas nos ofrecen los desahucios, por ejemplo, lo que sabemos de los parados que tanto se asemejan a las presentadas en este texto?
Es fácil, cada día más, descubrir a nuestro alrededor personajes empingorotados que actúan con la ambivalencia de Puntila, otros que padecen la ceguera de Madre Coraje o que se producen con la duplicidad de Shen-Te/Shui-Ta en Sezuán y sus mismas contradicciones; empresarios -¡perdón!: emprendedores en jerga pijopolítica- que son almas gemelas del Mauler de Santa Juana, y no pocas personas que como Juana Dark subliman sus padecimientos por el bien de los pobres, pero no alcanzan a comprender las causas reales de la pobreza o el desespero de la mayoría, ni aprenden a combatirlas realmente. Vemos todos los días cómo pobres gentes, similares al paquetero Galy Gay, son fanatizadas con denuedo por grupos mediáticos, políticos, religiosos, empresariales, etc., hasta que pierden toda lucidez o capacidad de decidir por sí mismas y se convierten en marionetas del poder para la guerra, para el laboreo, cuando votan, cuando rugen en los estadios, etc.
¿No describe Mahagonny el consumismo delirante de la forma de sociedad engendrada por el capitalismo degradado? ¡Qué decir de los “Tuis”! ¿No siguen mereciendo ese apelativo muchos de los que se denominan intelectuales? ¿No sigue la ciencia corriendo el peligro permanente, como nos plantea Galileo, de ser utilizada por los poderosos para sus fines, enajenándola de su condición de bien común para toda la humanidad? ¿Es la justicia igual para todos o rigen los privilegios de clase respecto a la condición del delincuente, como nos expone "La excepción y la regla"?
Pero las temáticas constituyen tan sólo un aspecto de la cuestión. Las obras de Brecht apuntan a establecer mecanismos para hallar una salida a la contradicción fundamental del capitalismo que se ha acentuado en los últimos años: la que opone al carácter social del trabajo el carácter privado de la apropiación. Los cambios de apariencia que este sistema ha ejemplificado constantemente a lo largo de su historia, nunca han logrado superarla porque es la base de su existencia. Y esa convicción transformadora por un cambio en las relaciones productivas con todo lo que eso conlleva, está presente en toda la producción brechtiana.
Pero ante todo tenemos al Brecht que concibe el teatro del tiempo que vivimos. En concreto de su sentido. En el tomo III de sus Escritos, en el apartado que titula “El lugar del teatro”, asegura: “Es un privilegio de las artes el poder participar en la formación de la conciencia de una nación”. Una propuesta que podríamos colocar el vestíbulo de nuestros coliseos. La afirmación conlleva ante todo responsabilidades para las artes y las escénicas en nuestro caso. ¿Qué teatro debemos hacer para construir dicha conciencia? Ese tipo de representación que se concibe como simple producto y se trata como una mercancía más, no será obviamente el apropiado.
El 16 de enero de 1942, Brecht anotaba en su Diario una reflexión en torno a una de las características de dicha responsabilidad:
Tampoco corresponde al periodo de guerra, la Segunda Mundial, tan agrio, cruento y sumido en la barbarie de todas las guerras. Ni es el posterior al conflicto bélico, en que los pueblos deseaban la paz, la justicia y la equidad, que tampoco llegó. Pero fue un tiempo en el que en Europa, el afán por reconstruir se unió a la esperanza de cambios sustantivos en las relaciones sociales. Otra guerra, ahora “fría” en su denominación político-publicitaria, vino a truncar anhelos, a desdibujar el sentido de combates y combatientes, a alterar el sentido de las palabras, etc.
Nada de esto se parece en puridad a lo que hoy padecemos, sobre todo en países que soñaron con un bienestar “caído del cielo”, basado en efímeros consumismos y vil mercadeo de lo necesario. Cancelado el embeleso de tanto aturdido afán, tanta inconsciencia, tanto frenesí de poseer lo superfluo y lo innecesario, tanta indisimulada presunción de nuevos ricos, el fracaso de un economicismo voraz y abyecto, en que las cosas y los actos se miden tan sólo por la rentabilidad contable que generan, ha derrumbado ante nuestros ojos atónitos toda la parafernalia de falsos relumbres de la ficción construida. Y la ficción ha caído sobre nosotros, las gentes del común que somos la inmensa mayoría.
Es una crisis del sistema que la lleva implícita en sus entrañas, pero que tan sólo padecen las gentes del común. En sus reductos protegidos, en sus cónclaves secretos, en sus reuniones sociales exclusivas que recuerdan las del film de Kozintsev y Trauberg "La nueva Babilonia", los sectores dominantes, los que se consideran a sí mismos los dueños del mundo, siguen con su jarana enloquecida, con su obsesiva ambición de poseer. Exprimieron a las gentes en los años quiméricos de un mundo color de rosa, enrolándolos en operaciones crediticias con intereses que hipotecaban sus vidas; se dedicaron a sus malabarismos financieros y finalmente se desmoronó el tingladillo, pero ellos siguen aumentando sus beneficios en mayor medida y sus víctimas pagan sus estropicios. Ganan siempre, y los gobiernos parecen entregados a la tarea de protegerlos para que nada cambie, como fieles capataces de sus directrices.
El viejo capitalismo que había limitado su saña explotadora con la aceptación de políticas sociales redistribuidoras en la educación, la sanidad, la cultura, el desarrollo científico, el diálogo con los sindicatos para establecer convenios en los diferentes segmentos de la producción, así como medidas de solidaridad con los desfavorecidos, ha tirado la careta y regresado a los orígenes. Se ha rebautizado eufemísticamente como “neo-liberalismo” para desdoro de los liberales de raíz y convicción. Y en aras de sus principios fanáticos y obcecados hasta el límite, intenta imponer una terapia social de choque para destruir los fundamentos del Estado social, los logros conseguidos a lo largo del último siglo, el concepto de lo público en la economía, la educación, la sanidad, la cultura, la ciencia, etc. Su intención es privatizarlo todo y que disfrute de lo necesario aquel que se lo pueda pagar.
En este mundo que ahora padecemos, ¿no tiene la literatura dramática escrita por Brecht lugar y presencia revitalizados? ¿No son sus temáticas perceptibles, pertinentes, analogizables? Pienso, por ejemplo, en "La panadería" (Der Brottladen): Un grupo de parados representan una obra en un patio entre casas. Combaten por conseguir un panecillo, el dueño de la panadería se lo niega, no tienen dinero. Hay incluso una muerte. La obra es áspera, directa, carente de cualquier sentimentalismo gratuito. Intenta mostrar las causas de que eso suceda. Quizá dudemos de que alguien pelee ahora por un pedazo de pan, aunque hay ya muchas personas que viven de la beneficencia, pero sobre todo: ¿qué imágenes y escenas nos ofrecen los desahucios, por ejemplo, lo que sabemos de los parados que tanto se asemejan a las presentadas en este texto?
Es fácil, cada día más, descubrir a nuestro alrededor personajes empingorotados que actúan con la ambivalencia de Puntila, otros que padecen la ceguera de Madre Coraje o que se producen con la duplicidad de Shen-Te/Shui-Ta en Sezuán y sus mismas contradicciones; empresarios -¡perdón!: emprendedores en jerga pijopolítica- que son almas gemelas del Mauler de Santa Juana, y no pocas personas que como Juana Dark subliman sus padecimientos por el bien de los pobres, pero no alcanzan a comprender las causas reales de la pobreza o el desespero de la mayoría, ni aprenden a combatirlas realmente. Vemos todos los días cómo pobres gentes, similares al paquetero Galy Gay, son fanatizadas con denuedo por grupos mediáticos, políticos, religiosos, empresariales, etc., hasta que pierden toda lucidez o capacidad de decidir por sí mismas y se convierten en marionetas del poder para la guerra, para el laboreo, cuando votan, cuando rugen en los estadios, etc.
¿No describe Mahagonny el consumismo delirante de la forma de sociedad engendrada por el capitalismo degradado? ¡Qué decir de los “Tuis”! ¿No siguen mereciendo ese apelativo muchos de los que se denominan intelectuales? ¿No sigue la ciencia corriendo el peligro permanente, como nos plantea Galileo, de ser utilizada por los poderosos para sus fines, enajenándola de su condición de bien común para toda la humanidad? ¿Es la justicia igual para todos o rigen los privilegios de clase respecto a la condición del delincuente, como nos expone "La excepción y la regla"?
Pero las temáticas constituyen tan sólo un aspecto de la cuestión. Las obras de Brecht apuntan a establecer mecanismos para hallar una salida a la contradicción fundamental del capitalismo que se ha acentuado en los últimos años: la que opone al carácter social del trabajo el carácter privado de la apropiación. Los cambios de apariencia que este sistema ha ejemplificado constantemente a lo largo de su historia, nunca han logrado superarla porque es la base de su existencia. Y esa convicción transformadora por un cambio en las relaciones productivas con todo lo que eso conlleva, está presente en toda la producción brechtiana.
Pero ante todo tenemos al Brecht que concibe el teatro del tiempo que vivimos. En concreto de su sentido. En el tomo III de sus Escritos, en el apartado que titula “El lugar del teatro”, asegura: “Es un privilegio de las artes el poder participar en la formación de la conciencia de una nación”. Una propuesta que podríamos colocar el vestíbulo de nuestros coliseos. La afirmación conlleva ante todo responsabilidades para las artes y las escénicas en nuestro caso. ¿Qué teatro debemos hacer para construir dicha conciencia? Ese tipo de representación que se concibe como simple producto y se trata como una mercancía más, no será obviamente el apropiado.
El 16 de enero de 1942, Brecht anotaba en su Diario una reflexión en torno a una de las características de dicha responsabilidad:
«el arte y la moral no están en armonía en nuestra sociedad; cuando la moral de una sociedad se hace asocial, es bueno que el arte desarrolle su propia moral (artesanal) y que en lo demás se vuelva artesanal, una moral social. Una forma de actuación teatral que reproduzca el comportamiento humano de manera tal que la sociedad reaccione en forma productiva exige algo así como una conciencia de la responsabilidad, es decir una cualidad moral. Por supuesto que es necesario convertir los preceptos "debo" en preceptos "quiero". Para el actor eso es una emancipación, significa la conquista del derecho a influir sobre la gestación de una sociedad, el derecho a ser productivo. Objeto moral debe convertirse en sujeto moral. La moral se vuelve producción. El artista no sólo tiene una responsabilidad ante la sociedad sino que induce a la sociedad a hacerse corresponsable. en una palabra: la sociedad pierde su carácter de instancia, el artista debe representarla en plenitud.»Itinerarios
El primer jalón lo sitúo en una nota de Brecht que titula: “Sobre el comienzo de siglos venturosos”. Está escrita entre 1932 y 1936 pero no consta la fecha. Se incluye en la selección de Escritos políticos publicada en Caracas en 1971. Sus opiniones sobre el desarrollo tecnológico, la promesa de venturas sin cuento y la putrefacción de las clases dominantes, unidas por el cemento de su particular ironía, parecen escritas hoy mismo:
«En vista de todas esas máquinas y artificios de la técnica que le permiten alimentarse con facilidad, ¿no debería la humanidad tener la impresión de hallarse en los albores de un día rico y extenso, percibir la rosada aurora y la fresca brisa que señalan el comienzo de siglos venturosos? ¿Por qué todo es tan gris en torno, y por qué sopla ahora ese siniestro viento crepuscular que, al levantarse, según se dice, hace que mueran los moribundos?Segunda mención, escrita a fines de esos mismos años treinta. Pertenece al Me-ti, ese libro parabólico tan sugerente. Brecht aborda un tema que adquiere también ahora enorme contemporaneidad:
Cuando una clase dominante se pudre, predomina el olor a putrefacción».
«Los intereses de los grandes señores exigen que se luche contra otras naciones, nuestros intereses no, y hasta se verían perjudicados por esas luchas.»Tercer jalón, referido a la propia sociedad y a la acción teatral. En la primera noche del Messingkauf, “El Filósofo” plantea una tarea para el teatro de significación notable:
«El nacionalismo de los grandes señores beneficia a los grandes señores. El nacionalismo de los pobres también beneficia a los grandes señores. El nacionalismo no vale más porque lo sienta un pobre; la única diferencia es que, en ese caso, carece totalmente de sentido.»
«La eliminación de los verdugos no tendrá éxito sino cuando los hombres conozcan en número suficiente la causa de sus sufrimientos y de sus peligros, sepan cómo suceden las cosas y qué métodos adoptar para eliminar a los verdugos. En consecuencia, es importante transmitir este saber al número más grande posible de gente. Hoy quiero hablar con vosotros gentes de teatro, de lo que podéis hacer».Hay un aspecto más que nos hace muy próxima la aportación de Brecht: sus propuestas escénicas. Tanto en sus escritos como en su práctica se describe, se expone, se profundiza sobre una nueva forma de hacer teatro. En su opinión, las formas teatrales del pasado están caducas. Proponen una empatía entre el actor y el personaje, e igualmente generan una hipnosis empática entre el espectáculo y el espectador. En su opinión, todo ello conlleva una idea del ser humano que no responde a la realidad actual, en la que se ha dominado en buena medida la naturaleza gracias a notables hallazgos y desarrollos en el campo científico-técnico.
Muchos de sus escritos están dedicados a esta cuestión, centrada sobre todo en el nuevo tipo de representación que proponía. Retengo alguna de sus expresiones. En un fragmento titulado “Indicaciones a los actores”, afirma: «Quien no sea capaz de entretener mientras enseña y de enseñar mientras entretiene no debe hacer teatro». Conocimiento y placer son dos cuestiones que plantea constantemente como binomio indisoluble, que debe emanar de la práctica teatral. Pero también asegura que «el arte bueno refina la sensibilidad artística, el mal arte no la deja indemne, sino que la daña. (…) El único argumento a favor del arte es que no resulta nunca inocuo».
Posiblemente sus exigencias respecto al actor emanen de supuestos como señalados. En una “Carta a un actor” escrita en sus años postreros, dice:
«El actor debe tomar posición, mental y emotivamente, respecto a su personaje y a su escena. Ese cambio de enfoque, que considero necesario, no es una operación fría, mecánica. En el arte no puede haber nada frío ni mecánico y esta nueva actitud es de naturaleza artística. Si el actor (…) no siente un apasionado interés por el progreso humano, el cambio no podrá producirse».Un teatro así concebido tiene para él la más alta consideración dentro de las prácticas artísticas y merece una atención social relevante. Lo dejó enunciado con claridad:
«El arte teatral es la más humana y más general de las artes; es la que se practica con mayor frecuencia, porque no sólo se practica en escena, sino en la vida real. Y el arte teatral de un pueblo o de una época, debe juzgarse como un todo, como un organismo viviente, que no está sano cuando todos sus miembros no están sanos».Creo que estas pocas referencias son suficientemente expresivas de hasta qué punto nos sigue interesando Brecht, quien nos propuso –tal como comentó a una pregunta lanzada por Dürrenmatt- que «el mundo de hoy sólo puede describirse ante el hombre de hoy si se lo describe como un mundo transformable».
Final de un comienzo
Para acometer estas incitaciones necesitamos saber a donde queremos ir, a qué meta intentamos llegar y para ello es preciso tener un horizonte. ¿Lo tenemos? Es algo que me bulle por dentro en estos años de desolación y sonrojo. No es un problema de fe sino de sabiduría, y no de nuestra sabiduría sino la del colectivo histórico en el que nos sentimos integrados. Pero un colectivo histórico no es un grupo de amigos sino una comunidad más amplia, versátil y complementaria que tiene la capacidad de establecer unas pautas que guíen hacia el horizonte, e igualmente proyectos de qué hacer una vez que lo hayamos alcanzado. Percibo que no lo tenemos y nos consumimos en luchas coyunturales que se agotan en sí mismas y no van hacia ninguna parte, no tienen futuro.
El devenir de la historia me ha hecho un tanto escéptico. A veces pienso que excesivamente. Sigo intentando comprender la realidad que me rodea y siento una desazón profunda ante lo que deduzco. No percibo que se haya definido un horizonte hacia el que caminemos colectivamente. El aturdimiento es ostensible. El capitalismo en su fase actual esta acrecentando sus cotas primitivas de barbarie, rapacidad y depredación del planeta, pero ahora posee una maquinaria de aplastamiento de la conciencia crítica por múltiples caminos, que nunca antes tuvo. Puede generar procedimientos de alienación de los individuos nunca conocidos. El propio mecanismo democrático está viciado por leyes electorales injustas y por sistemas de aniquilación del pensamiento y de la capacidad de discernir.
Entonces me acuerdo con ternura de la metáfora del topo que el joven Marx construyó para explicar el devenir histórico. Entonces acudo a los escritos de Brecht, tan agudos, tan transmisores de inteligencia y mordacidad, tan precisos. Y me renace algo de esperanza… Pronto la tierra se me viene encima, como al topo marxiano, y vuelve la sensación de desasosiego y aridez. Pero siempre conservo la esperanza dialéctica más honda de que no siempre será así, que algún día las afirmaciones vanas del presente mediocre se desvelarán como grandes mentiras, que el mundo cambiará realmente desterrando la barbarie e instaurando el Gran Orden del que hablaba Brecht. Sé sin embargo que no lo veré, pero pienso con satisfacción que lo harán otros y quizá nos dediquen algún instante de sus recuerdos.
Juan Antonio Hormigón es Secretario General de la Asociación de Directores de Escena de España.
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